El 24 de febrero de 2018 se llevó a cabo en la Universidad de Málaga un encuentro con profesionales, familias y estudiantes, donde se produjo un debate para cuestionar y transformar la orientación y las escuelas
Hace tiempo que algunas personas venimos denunciando el carácter tan selectivo de las escuelas, la segregación que ocurre en ellas, y el triste papel que están jugando muchos equipos de orientación en eso que se ha venido a llamar “educación inclusiva”. Ese título, que ha ido cediendo ante cualquier cosa, se ha convertido en un eslogan que usan por igual escuelas segregadoras y democráticas, políticos de todo el espectro y familias de acá y de allá, profesionales comprometidos y trabajadores de la enseñanza que piensan en su tarea como algo solo digno de unos pocos.
Precisamente hablaba con Mel Ainscow –uno de los grandes impulsores de la educación inclusiva– recientemente sobre esto: ¿cómo puede ser que un proyecto tan revolucionario como el de hacer las escuelas inclusivas haya sido así de pisoteado? ¿Qué vale la palabra inclusión hoy? Probablemente este sea el motivo por el que he oído tantas veces a muchas familias decir que la inclusión es una falacia. Desde luego que lo es en multitud de ocasiones.
También es muy probable que este sentido tan falaz y manoseado del término, pronunciado de forma tan neutral y aséptica, tan pretendidamente científica, tan gris, tan tristemente continuista porque lo anuncia todo y no cambia nada… haya sido el caldo de cultivo en el que nace la siguiente historia, que se inicia a principios de este año. La orientadora escolar María José G. Corell escribió un post en una red social en el que exponía su malestar en el ejercicio de la orientación educativa, que sigue tan al margen de las necesidades de demasiados niños y niñas. Proponía ella –como gritando al aire y quizá de forma ingenua– hacer un encuentro con otros colegas de profesión para compartir estos dolores. A su llamada, y por esas rarezas de la red, respondieron principalmente familiares de esos niños y niñas que sufren las consecuencias del modo en que tenemos construidas las escuelas. Se evidenció que la frontera entre los profesionales y las familias se diluye cuando nos implicamos con propuestas éticas, ilusionantes y justas. Muchos familiares mostraron su deseo de asistir.
Decidimos, así sobre la marcha, lanzar la propuesta de hacer un encuentro físico en la Universidad de Málaga, bajo el paraguas de un humilde proyecto de investigación que pretende descubrir y sacar a flote las narrativas emergentes que, desde las personas implicadas y comprometidas con la inclusión, pueden alimentar la necesidad de hacer las escuelas más inclusivas. El encuentro se hizo en forma de Workshop, bajo el título “Nuevas miradas en la Orientación escolar, para la infancia y contra la segregación” . Sucedió el 24 de febrero, y aún hoy nos sobrecoge recordarlo a quienes participamos en él. 100 personas en una pecera retransmitida en streaming y disponible haciendo clic AQUÍ, dialogando intensamente sobre lo que ocurre en muchas escuelas con todo respeto y sin tapujos: no pongamos otros nombres, es exclusión institucionalizada. Las modalidades de escolarización, los informes psicopedagógicos en los que se sustentan y la inercia de la escuela conducen a muchos niños y niñas a una segregación sin remedio, en nombre de su supuesto bien. Pero no es cierto; allí se dejó bien claro.
Esa fue en realidad una premisa de la que partimos para hacer ese diálogo igualitario en el que las voces de las familias tenían el mismo valor que la de los profesionales y el alumnado que allí se convocó. Una semana atrás, fueron publicándose videos muy breves con experiencias de personas que ponían en claro la realidad de tantas escuelas. En ellos se exponían un dolor y una alegría, y el papel que había jugado la orientación escolar en ambas emociones. Ese fue el punto de partida: el análisis de esas realidades en relación con las experiencias de los asistentes. Ese baño de agua fría, tan verdadero, nos colocó en la necesidad de hablar de verdad. Y esas conversaciones tuvieron su eco en la red: no es común que un debate sobre educación –menos aún una de estas características tan poco complacientes– llegara a ser trending topic en Twitter.
Tampoco es habitual la perspectiva adoptada: un encuentro en una Universidad en el que no había un docente que expusiese lo que deberían pensar los asistentes sobre el tema en cuestión. Las “teorías” dejaron paso al diálogo sobre las experiencias. No se trata de desvalorar los avances científicos, sino de resituarlos en la realidad y de revisarlos a la luz de ella. Llevamos demasiado tiempo pensando que el saber está en unas personas y no en otras, obviando que está repartido socialmente, y que los profesionales y académicos necesitamos del saber experiencial que atesoran las personas por el hecho de vivir ahí.
Ese proceso de abandonar “teorías” produjo un efecto espectacular, ya que obligó a eliminarlas de la discusión –como eso que no bebe de la realidad–, y a hablar sobre lo que pasa. Sin excusas, que a menudo las ponemos. Y lo que pasa es, según lo que se trabajó a lo largo de toda la jornada, que se responsabiliza a los niños y las niñas de problemas que son institucionales y sociales.
Y entonces los participantes adoptamos el papel de expertos, de productores de conocimiento. Allí se estaban construyendo teorías desde la realidad, teorías situadas; y esas familias que se sienten solas luchando contra molinos de viento, y esas profesionales que se ven a sí mismas en islas para refugiarse del sinsentido de la institución se empoderaban en el transcurso de 12 horas de intenso y frenético trabajo dialógico.
Las orientadoras, los docentes y especialistas, las madres y padres… todos hablaron lo que en varias ocasiones se denominó “un idioma común”: el idioma de la experiencia reflexionada, que no puede refugiarse en lo que hemos llamado ciencia o en lo que es en realidad algo externo a ella. Ni el cientificismo ni el practicismo nos pueden conducir a lo que necesitamos. Hace falta la participación para diagnosticar la situación de las escuelas, poner la ciencia al servicio de la justicia social y unirnos para construir alternativas reales que puedan dar una vuelta a la situación actual. Porque, al fin y al cabo, erramos en muchos análisis y prácticas, pero también tenemos un fuerte problema de fragmentación y de voluntad firme para acabar con lo que es un ataque sistemático a los derechos humanos de los niños y niñas que han sido catalogados por la discapacidad. Esto es evidente que depende de toda la institución y de la sociedad que hay detrás, pero también es cierto que hay un colectivo profesional que tiene asignada la tarea de señalar a esos niños y niñas. Y ese fue el hilo del que tiramos para comenzar este trabajo de desmontar la maquinaria que pasa por encima de buena parte de la infancia.
La jornada discurrió entre asambleas plenarias y talleres que trataron en un primer momento de hacer una evaluación de los problemas: esos que generan dolores, sufridos entre el alumnado, sus familias y los profesionales comprometidos con la infancia. Las preguntas movilizadoras de los talleres fueron elocuentes: ¿Qué pasa en las escuelas donde algunos niños y niñas no caben? ¿Para qué están sirviendo los informes psicopedagógicos? ¿Qué impide o qué ocurre para que nos digan que legalmente no puede estar ahí? Una vez se concretaron los problemas, se relacionaron entre sí para saber cuáles de ellos eran más causales y cuáles más sintomáticos, aterrizando en un diagnóstico participativo de la situación enfocado a la acción. Nos interesaban los problemas más generadores de otros, porque atacándolos a ellos podríamos estar trabajando sobre esos otros.
A partir de ahí, el trabajo discurrió por la generación de propuestas de transformación, que también serían clasificadas en orden a nuestra capacidad de acción. Interesaba en ese foro lo que podíamos hacer para revertir la situación. Todo estaba orientado a pensar otras escuelas, y otras formas de estar en las escuelas. De todo ese intenso y sentido trabajo, se destiló un decálogo de propuestas: algunas líneas en las que comenzar a trabajar. Porque ese encuentro no terminó, sino que fue el pistoletazo de salida hacia propuestas de reflexión, investigación y acción más ambiciosas. Cada persona que participó pudo percibir que la realidad estaba en sus manos, y que trabajando colaborativamente podríamos transformarla.
Esta percepción de la realidad como algo que está a nuestro alcance es lo que ha dominado la semana que ha seguido al encuentro: nos estamos organizando en comisiones para seguir trabajando, poniendo las competencias personales al servicio de un proyecto común, que sabemos no solo deseable, sino necesario.
De todo lo que allí ocurrió, y de lo que viene pasando desde que volvimos a nuestros hogares, yo tengo que destacar dos cosas. La primera es la humildad con que cada participante hizo uso de su palabra –crítica, inconformista, rebelde–. Sobre una certeza soberbia se ha construido todo este monstruo que destina irremediablemente a muchos niños y niñas a la subordinación y la segregación. Tienen que ser la humildad y la convicción del valor de las personas las que devuelvan el sentido a la institución educativa. La segunda cuestión que me sobrecoge es que en aquel encuentro nadie preguntó a nadie lo que le pasaba a su hija. Ese mismo idioma respetuoso que se habló había sacado la discapacidad del cuerpo inocente de la infancia, y la situó en las relaciones. El problema siempre estuvo fuera de esos niños y niñas. Y entonces, si el problema es social, la solución no vendrá de una nueva terapia, ni de una aplicación informática milagrosa, ni de un diagnóstico salvador, sino de la transformación profunda de nuestras relaciones educativas. De un proyecto político: hacer valer los derechos humanos. Para eso tenemos que conquistar las escuelas como sitios de esperanza. La pregunta que sigue es irremediable: ¿cuál será tu papel en ese proceso?
Decálogo para el cambio
- Generar material que facilite que los equipos de orientación puedan enfocar su trabajo hacia prácticas no segregadoras.
- Facilitar la unión para hacer valer los derechos: denunciar las prácticas excluyentes al Comité de Derechos de Personas con Discapacidad.
- Constituir una Plataforma en la que tengan voz todos los sectores implicados para forzar transformaciones en la escuela común: alumnado, familias, profesorado, equipos de orientación, abogados…
- Facilitar procedimientos de participación de las familias y voluntariado en los centros educativos.
- Tomar posiciones: implicarse en las AMPA, las comisiones de Convivencia y los consejos escolares.
- Forzar el posicionamiento de la comunidad educativa; que nadie pueda ponerse de lado.
- Reflexionar como comunidad, para no regresar hacia las prácticas excluyentes.
- Creación en las redes sociales de una página en la que todos puedan poner su voz.
- Buscar apoyo académico para hacer esta lucha presente ante la inspección educativa.
- Generar materiales y enlaces a experiencias inclusivas reales.
ACERCA DEL AUTOR: IGNACIO CALDERÓN ALMENDROS
Profesor del Departamento de Teoría e Historia de la Educación y M.I.D.E. en la Universidad de Málaga (España), donde se doctoró en Pedagogía e imparte su docencia en Teoría de la Educación.
Estudia la experiencia educativa a través de la etnografía y la Investigación-Acción. Sus líneas de investigación se sitúan en la educación inclusiva, los estudios sobre discapacidad, la desventaja sociocultural y los procesos de exclusión. Es miembro del Foro de Vida Independiente y Divertad, y Asesor Científico en el Área de Educación de la Federación Iberoamericana de Síndrome de Down. Ha colaborado con distintas Universidades y grupos de investigación en América Latina, Estados Unidos y Reino Unido. En la actualidad desarrolla junto a Mel Ainscow y destacadas activistas el Programa de Promoción de la Educación Inclusiva en las Américas de la OEA.
Ha publicado en revistas internacionales como Disability & Society, Educational Philosophy and Theory, Revista de Educación o British Journal of Sociology of Education. Es miembro del Equipo Editorial de Disability & Society, Italian Journal of Disability Studies y Brazilian Journal of Special Education.
Entre sus últimos libros destacan “Education, disability and inclusion” (Sense Publishers, 2017) y “Educación y esperanza en las fronteras de la discapacidad” (Cinca, 2014), que obtuvo el Premio Discapacidad y Derechos Humanos (CERMI) y Mención Honorífica por la International Association of Qualitative Inquiry (EE.UU.).
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