Los desordenes sensoriales se presentan en un gran porcentaje de las personas con Autismo, aunque en cada persona de modo diferente ¿Cómo se siente un día cualquiera, cuando se tienen desórdenes sensoriales?
Vas camino a cursar tus estudios, sales con un plano de tu ciudad, porque te desorientas muy fácilmente. ¿Viste cuando eras chico y no sabías dónde estabas si perdías de vista a tu mamá? Esos segundos en que te sientes perdido en el medido de la nada. Bueno, eso lo experimentas a diario. Por suerte eres adulto y te inventaste maneras de compensarlo: miras el plano antes de salir, que recorrido hacer, como volver ¡Pero que no te quede el plano olvidado en la mesa, eh! Ahí te quiero ver, dando vueltas desorientado por toda la ciudad.
Te subes al micro. El momento previo anticipas que tienes unos segundos para pasar la tarjeta, es poco tiempo para resolver donde la tienes que apoyar, y en qué posición, seguro te termina ayudando alguien, …, ya te pones nervioso de solo pensarlo.
El micro se balancea, lo cual, como siempre, te descompone. Y la gente que se perfuma: -¿Por qué tanto?-, les quieres gritar, mientras sientes que te suben las nauseas. Pero el único que lo percibe eres tú, porque los olores dulces te llegan sin escalas, directo al sistema límbico. Peor sería ir en un taxi, con sus perfuminas y su “acelero, freno, claxon”, son el diablo mismo en forma de vehículo.
Llegas al aula, y te encuentras con gente conocida. El momento del saludo es incómodo (obvio que no dices nada e intentas disimular). Nunca sabes como tienes que saludar a las personas (si realmente tienes que saludarlas), así que esperas que ellos inicien un movimiento, y copias. Cuando eras chico era más fácil, no te saludabas con casi nadie, y a tu único amigo le pedías que no te tocara, y ya.
Conversan: ¿de dónde sacarán tantas variaciones de respuestas a temas sin importancia? Tratas de seguirles el hilo de lo que hablan, pero no los conoces mucho, así que te cuesta comprender lo que dicen. Intentas repetir en tu cabeza la última frase en la que entendiste las palabras pero no el sentido. Tu GPS de conversaciones te dice: recalculando, recalculando, recalculando… Antes de que te des cuenta, estás otra vez inmerso en tus pensamientos, hablando con vos mismo, repasando detalle a detalle ese tema que tan atrapado te tiene. No importa cuántas veces al día tu cabeza haga un repaso, nunca es suficiente.
Vuelves a bajar a la tierra cuando te das cuenta que todos te miran: resulta que están organizando para juntarse y te preguntan qué día puedes. Piensas: ¿para qué querrán juntarse? Les respondes que gracias, pero que no te interesa, ya que si tuvieras ganas de conversar, preferirías hacerlo con amigos.
Comienza la clase. La gente se para, se sienta, mueve un brazo, escribe, habla, murmura, se ríe, se ponen perfumes, y vos todo eso lo recibís sin que tu cerebro filtre nada, como información esencial detalle a detalle. Enseguida te empieza a doler la cabeza. Las migrañas cada vez son peores. Ya de chico te hicieron hasta electroencefalograma, y te dijeron que no tienes nada. Entonces no tener nada se siente como el culo, la cabeza se te parte.
Y empeora si tienes que mirar a las personas a los ojos: ya pasaste la etapa de correrle la mirada a los desconocidos de manera alevosa. Avanzaste: ahora los miras unos segundos a los ojos, pasas a las manos, miras alrededor, y así vas descansando sin que se note que si los miras mucho te duelen los ojos, bien adentro. Son demasiadas sensaciones, cuando todo empieza a dar vueltas, te tienes que encerrar un rato en el baño. Pero vas a poner todo tu esfuerzo para no volver a dejar de estudiar, que no te supere nuevamente el desafío, otra vez.
Vuelves a tu casa, agotado, con tu planito y tu tarjeta endemoniada. Te preguntas: ¿cómo puede ser que tengas tanta facilidad para algunas cosas, y algo tan simple como ubicarte en la calle y tomarte un micro sea todo un desafío?
A la noche tienes un cumpleaños, de una persona cercana, sino ni irías. No lo pensaste antes, pero a último momento te das cuenta que va a haber gente que no conoces, y empiezas a ponerte ansioso. Un cumpleaños en el que va a haber música “fuerte” (evidentemente, lo que es fuerte para vos, para los demás es normal) sumado a las conversaciones (nunca entendiste que a la gente le guste hablar y escuchar música a la vez, lo sentís enloquecedor). Va a ser una pesadilla.
Igual puede ser que termines evitándolo: como siempre te sientes mal antes de ir, y ya tienes la excusa para faltar. O vas, a pesar de toda tu ansiedad, y quien te dice: tal vez no haya música fuerte, tal vez puedas conversar sin sentirte mal, y tal vez las personas que te quieren y conocen no te dejen solo, porque saben que si están con vos, no sientes que las cosas se descontrolen tanto. Y tal vez, quien te dice, tal vez hasta la pases bien.
Acerca de la autora:
Analia Infante
La Plata, Buenos Aires, Argentina.
Adulta con Asperger, madre de un niño también dentro del espectro del autismo.
Escritora de cuentos, relatos y artículos.
Administradora de la página “Maternidad Atipica”
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espectacular el relato…felicitaciones… soy madre de un adolescente 13 años y sé que es la realidad…
Felicitaciones a la autora Analía Infante por su excelente relato, muy claro y nos permite entender a las personas
con autismo. Felicitaciones porque no le impidió tener grandes logros y no encerrarse en si misma.
Muchas gracias Leticia por tu comentario!